Desde hace tiempo, los más viejos de la tribu cuentan la trágica historia del amor de dos jóvenes.
La bella Flor, morena, esbelta y de grandes ojos negros, estaba
enamorada de Ágil, un joven inquieto, apasionado, juntos solían pasear
al atardecer por un bosquecillo cercano, a la orilla de un arroyo
impetuoso y juguetón. Pero como los enamorados pertenecían a dos tribus
enemigas, se veían poco, pues debían mantener su amor en secreto.
Un día, sucedió lo que tanto temían: unos familiares de la joven
descubrieron el romance y lo comentaron al jefe de la tribu. Desde esa
tarde, Flor tuvo prohibido volver al lugar de los encuentros.
Pasaron los días. Una y otra vez, Ágil la buscó sin hallarla en la
penumbra suave y tibia del bosque hasta que la Luna, apenada por su
dolor, le contó lo que había sucedido y agregó:
–Ayer he visto otra vez a Flor, muy angustiada, lloraba amargamente pues está desesperada.
Quieren que se case con un hombre de su tribu y ella se ha negado. El
dios Tupá escuchó su lamento y se apiadó de su dolor, mi amigo el
Viento me contó que Tupá la transformó en una flor.
–¿En una flor? Dime, ¿en qué clase de flor? ¿Cómo puedo encontrarla?
–¡Ay, amigo! No puedo decírtelo porque no lo sé… –respondió la Luna.
El muchacho palideció y solicitó la ayuda de su dios:
–¡Tupá, tengo que encontrarla! Sé que en los pétalos de Flor reconoceré el sabor de sus besos. ¡Ayúdame a dar con ella!
Ante el asombro de la Luna, el cuerpo de Ágil fue disminuyendo cada
vez más. Se hizo pequeño, pequeño, hasta quedar convertido en un pájaro
delicado y frágil de muchos colores, que salió volando rápidamente.
Era
un colibrí.
Desde entonces, el novio triste pasa sus días recorriendo las ramas
floridas y besa apresuradamente los labios de las flores, buscando una,
sólo una.
Desde hace tiempo, los más viejos de la tribu cuentan también que todavía no la ha encontrado…
Fuente: Piruja55 (Blog)
martes, 6 de agosto de 2019
viernes, 10 de mayo de 2019
Leyenda de Ñanduti (Paraguay)
Se dice que hace mucho tiempo existió una hermosa mujer de nombre Samimbi, por la cual los guerreros Yasyñemoñare (Hijo de la luna) y Ñanduguazú (Ñandu) se disputaban su amor.
Una noche, Yasyñemoñare se encontraba pidiéndole al dios Tupa que le ayudara a ganarse el corazón de la joven, cuando miró hacia el horizonte y observó en una montaña un enorme árbol que tenía en lo alto una especie de encaje de color plateado, que con la luz de la luna resplandecía con una belleza sin igual. El enamorado pensó que sería un buen regalo para su amada, por lo que fue hasta el lugar y subió al árbol para bajarlo.
Por azahares del destino, justo en ese momento Ñanduguazú caminaba por el lugar y vio a su rival de amores subiendo a buscar el encaje de plata en lo alto del árbol. Furioso por los celos al pensar que se lo iba a regalar a Samimbi, decidió llevárselo y sin pensarlo dos veces, le clavó una flecha a Yasyñemoñare, quien murió al instante. El joven subió a tomar el encaje pero al intentar agarrarlo, el telar se rompió y solo le quedó en los dedos el tejido de una tela de araña.
Durante un tiempo Ñanduguazú fue poseído por un fuerte sentimiento de culpa, hasta que finalmente decidió contarle lo sucedido a su madre, quien le pidió que la llevase al lugar en que se encontraba ese telar. Cuando llegaron, pudieron ver que un encaje plateado exactamente igual al anterior se encontraba en lo alto del mismo árbol.
La madre quiso consolar a su hijo regalándole un tejido igual al que se encontraba enfrente de ellos, por lo que observó con mucha atención la ida y venida de las arañas mientras hilaban con tal perfección hasta lograr el encaje. La anciana cogió sus agujas de tejer y utilizando como hilo las hebras blancas de sus cabellos, comenzó a copiar los círculos y líneas que los arácnidos dibujaban, hasta reproducir aquel hermoso encaje plateado.
Fuente: Leyendapopular.com
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