Cada año para estas fechas de Semana Santa miles de
peregrinos de la provincia y zonas aledañas se congregan en un acto de fe en el
Cerro Monje de San Javier, pero muy pocos saben de donde viene la historia (hoy
parte del folclore y religiosidad popular) de este venerado lugar….
A cinco kilómetros de San Javier se levanta el Cerro Monje,
en cuya cuna de piedra, existe un pozo que contiene agua, a la que se atribuye
milagrosamente propiedades curativas... Y ese pozo, abierto con lágrimas de
contrición de un anciano sacerdote jesuita, representa todavía el motivo de las
peregrinaciones que anualmente efectúan los moradores de las tierras
circundantes.
San Javier
Cuando las primeras sombras de la noche, comenzaron a
obscurecer el sobrio contorno que dibujaban las torres del templo de la
reducción, sobre las espesas frondas, un rosario de límpidas campanadas,
anunció la terminación de una jornada más, en la doctrina de San Javier.
Los agricultores desataron sus yuntas y cargaron con sus
instrumentos de labranza, los artesanos dejaron sus mesas de trabajo y
abandonaron lentamente sus talleres, los obreros de las fábricas, de las
construcciones y de las denominadas "oficinas", donde se elaboraban
primorosos trabajos de platería, y las mujeres atareadas en el hilado de algodón
que cultivaban los indios, dieron término a sus quehaceres, y, formando largas
columnas que avanzaban con música é imágenes en angarillas, fueron llegando al
oratorio de la plaza, para rubricar la jornada del día con el ángelus cantado,
que con cristiano fervor elevaban las almas conquistadas por la doctrina de la
bondad y del perdón.
A corta distancia del Uruguay y sobre el arroyo Tabytihú, se
levantaba la lejana misión evangelizadora fundada por Fray José Ordoñez, que
después de largas y temerarias predicaciones entre los naturales de la región,
organizó con ellos la defensa contra las peligrosas incursiones de los
mamelucos, que representaron uno de los más serios obstáculos interpuestos de
Ignacio de Loyola en tierra guaraníticas, para proceder después, en el año
1629, a la fundación de la lejana reducción.
Fue así como se levantaron los pesados trozos de piedra con
que construyeron el templo, las capillas, los talleres, y las viviendas que
rodeaban la plaza, señalada en sus ángulos por sólidas cruces que limitaban los
amplios oratorios, donde los disciplinados moradores de la doctrina, concurrían
diariamente a reafirmar su fe en Ñandeyara.
Paí Pöjha
Integrando el núcleo de religiosos que fueron en América los
precursores de los trabajos tipográficos, llegó a San Ignacio un joven
sacerdote, que había arribado a las tierras del nuevo mundo siguiendo el camino
de los abnegados conquistadores espirituales, y dispuesto a brindar a la
colectividad indígena, los conocimientos de su especialidad.
En Santa María la Mayor, habíase incorporado a los
sacerdotes que convirtieron a los naturales sometidos a ese régimen de paz y de
orden, en los competentes operarios, que primeramente en Loreto, y más tarde en
Candelaria, editaron las primeras obras impresas, después de fundir tipos y
grabar letras en las propias reducciones.
Estas obras de carácter doctrinal, gramatical y literario,
fueron escritas en la dulce lengua guaraní, muchos de cuyos ejemplares aún se
guardan en nuestras bibliotecas.
Los arrumbados restos de la primera imprenta, fueron
extraídos de las ruinas de la capital religiosa de las reducciones, después del
saqueo ordenado por Francia, como complemento del arrasamiento dispuesto por el
marqués de Alegrete, en la zona del Uruguay.
La edición de estas obras produjo disconformidad en las
altas esferas reales, por la desconfianza y el temor que comenzaba a surgir, de
que se declarase la independencia de la ya poderosa comunidad religiosa, Ello
determinó la cesación de las actividades tipográficas en el año 1728
dedicándose, entonces el bondadoso Paí, a la noble función de prodigar auxilios
y consuelo, a los enfermos y a los necesitados.
El bien que generosamente repartía entre sus semejantes,
hizo que alrededor de su persona se formase una aureola de santidad, por lo que
los reducidos miembros de la lejana misión, comenzaron a llamarle
cariñosamente, Paí Pöjiha.
El Extrañamiento
La campaña denigratoria iniciada contra las misiones
jesuíticas por el obispo Cárdenas de Asunción, que recrudeció un siglo después
con los libelos publicados por el ministro Pombal, de Portugal, determinó al
fin, a Carlos III, a dictar su injusto decreto de expulsión en el año 1767, el
que fue transmitido al Gobernador de Buenos Aires para su cumplimiento.
El gobernador Bacarelli y Ursúa, después de recorrer el
trayecto que separaba su sede con la zona Paraná-Uruguay, que era el centro de
las reducciones guaraníticas, llegó a Yapeyú, dando lectura al Padre Provincial
Manuel Vergara, del Real Decreto que ordenaba el desconsiderado extrañamiento.
El Padre Provincial, demostrando una vez más la bondadosa
disciplina, y la respetuosa consideración que regularmente observaban los
nobles sacerdotes, "defensores en América de la fe y de la raza",
pronunció en respuesta, las palabras que siguen: Yo, en, nombre mío y de mis
misioneros, mis súbditos, me sujeto absolutamente a ese precepto, y lo acato y
pongo sobre mi cabeza.
El gobernador notificó después, por intermedio de sus
ayudantes Elorduy, Aldao, Zabala, Perez Saravia, Berlanga y Riva Herrera, a las
demás doctrinas, concentrando a los jesuítas y embarcándolos, de inmediato, en
dirección al Plata.
Así termina el Imperio Jesuítico en el solar de los
guaraníes, que ofrece con su organización, uno de los experimentos humanos de
mayor significación y con respecto al cual, no se han pronunciado aún, en la
atención que merece, los hombres dedicados a las ciencias sociales.
La Desobediencia
Fray Segismundo Sperger, el anciano y moribundo sacerdote de
Apóstoles, que por su estado no pudo ser trasladado como los demás, no fue el
único jesuita que quedó en tierras misioneras ..... Rompiendo la ceñida
disciplina que regía en sus vidas, otro anciano sacerdote que residía en San
Javier, se negó a acatar la orden de expulsión.... Ese sacerdote fue el Paí
Pöjiha.
Después de anunciar a Fray Santos de Simone, que era a la
sazón la superior autoridad de la reducción, su decisión de no abandonar el
solar que habían conquistado con tantos sacrificios, recibió de parte de éste
la más dura reprimenda, por considerar tal desobediencia una grave falta,
inconcebible en la orden religiosa que integraban.
Pero el sacerdote, antes de que las disposiciones adoptadas
por el capitán Elorduy, emisario del gobernador de Buenos Aires, le alcanzaran,
huyó, sin más carga que el peso de su enorme pena, y sin otra ruta que aquella
que le señalara el destino.
EL Pozo Santo
Costeando el Uruguay, abriéndose paso a través de la fronda,
y venciendo dificultosamente los accidentes del suelo, siguió Paí Pöjiha en
dirección norte.. .
Después de caminar penosamente durante el día, detuvo sus
pasos a la puesta del sol, sobre la plancha de piedra del primer cerro, en el
instante en que las brisas de la selva traían las lejanas voces del campanario
de la reducción.
Desde la cima de aquel cerro, pudo aún divisar las pesadas
líneas de las sólidas viviendas de la misión que abandonaba, disconforme y
apenado por el decreto de Carlos III, que pronto habría de manifestar su
disgusto por la decadencia de las doctrinas.
Y luego de mirar largamente el contorno de aquella avanzada
cristiana cayó de rodillas vencido por la pena, y con el alma contrita y
amargada, imploró al Señor el perdón de su falta......
Sus lágrimas fueron tan sentida expresión de pesar que
produjeron el desleimiento de la pétrea conformación de la cima abriendo un
pozo circular en cuyo fondo depositó toda la santidad que el alma del monje
enseñaba en ese acto de sincera contrición y de fervorosa fe cristiana.
Y el monje ya no pudo alejarse de aquel sitio, que fue desde
entonces su santa morada...
Solo, recorrió primero las inmediaciones del cerro, y
después lo hizo en compañía de su yaguareté, el fiero dominador de la selva
misionera, que tuvo que corregir su actitud hostil e inamistosa del principio,
ante la dulce acogida que le brindó el anciano jesuita, en su abrupta morada.
Los Peregrinos del Cerro
Entretanto, en las poblaciones fundadas por los jesuitas, se
había implantado un nuevo régimen civil y eclesiástico, recurriendo el
Gobernador de Buenos Aires a varias órdenes religiosas, con el fin de dejar
constituido este último gobierno.
Fray Miguel Hermenegildo Garcete, se hizo cargo de la
reducción de San Javier, que entró a pertenecer entonces, de acuerdo a las
nuevas disposiciones administrativas, al departamento de Concepción.
Pero la vida de labor y de paz que observaban las
poblaciones indígenas en tiempo de los jesuitas, se interrumpió por una era de
hondos desentendimientos, entre las autoridades civiles, religiosas y
militares, que representaron las primeras manifestaciones del fracaso
registrado posteriormente.
La reducción de San Javier, empobrecida y olvidada fue presa
de grandes males que redujeron considerablemente su población, y la situaron en
un plano de franca decadencia.
Fue entonces cuando los naturales, abandonados y enfermos,
abrieron su ``picada hasta el cerro donde moraba el monje, en busca del remedio
para curar sus llagas y para combatir las pestes y calamidades que azotaba.
Y hallaron el ansiado remedio.... el agua del "pozo
santo", abierto con lagrimas de contricción, fue el aliciente que
proporcionó el anciano jesuita a sus infelices visitantes.
Poco después, "Cerro Monje", era la santa denominación
de un lugar bendecido, que en el correr de los años, mantendría su renombre por
las generosas propiedades del agua del pozo situado en su cima, y por la acción
bienhechora de aquel noble sacerdote.
Durante los días de Semana Santa, largas caravanas de
pobladores regionales llenan los "piques" que conducen a "Cerro
Monje", para orar por el alma del anciano jesuita, y reafirmar su fe en el
Dios del Cielo, y en el Padre de los Desiertos......
Y cuando llega la noche, las encendidas prismas de cera y cebo,
alumbran figuras de monjes y contornos difusos de templos y de cruces, y hasta
se escuchan las voces del campanario, en medio de los ruegos y de los cantos de
los peregrinos....
(En el año 1852, otro monje venido del Brasil se refugió en
el cerro, clavó en la cima la cruz de la redención, e hizo el bien, acompañado
de un manso puma, levantando posteriormente los visitantes, una capilla desde
donde predican anualmente sacerdotes venidos desde el otro lado del Uruguay).
Excelente gracias a usted pude encontrar este hermoso lugar y si Dios quiere me pueda ayudar estoy muy enfermo acabo de tomar agua muchas gracias
ResponderEliminarGracias a Usted por su comentario y mis mejores deseos de sanación, solo en Dios confie. Un abrazo
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