sábado, 22 de marzo de 2014

El día que conocí a Mandové


Allá por marzo del 92, hacía poco tiempo que me encontraba en la provincia que finalmente adopté por hogar, y por gracia y cuestiones de trabajo me tocó por entonces realizar parte de la producción de lo que sería la primer entrega de los premios Arandú (sabio o inteligente en lengua guaraní) para su televisación en el viejo Canal 5 de la ciudad. Por entonces y a modo de pre-producción la idea era recorrer los domicilios de los ternados de las distintas categorías para realizar una entrevista y de paso poder grabarles mientras realizaban alguna de sus obras.
Decirles que por mi corta estadía de entonces no conocía prácticamente nada del movimiento cultural de entonces no solo de Posadas si no más bien de toda la provincia, creo que está de más, simplemente recuerdo que uno de los ternados era Mandové Pedrozo. Ya el nombre me resultó extraño, pero considerando los elogios que mis compañeros de trabajo decían sobre esta persona la visita a su domicilio se tornaba interesante. Cuando llegamos, muy lejos de encontrar una casa digna de una reconocida personalidad de las artes plásticas por el contrario me encontré con una humilde vivienda en donde una persona mayor y con signos de no contar con buena salud nos recibía con la humildad, grandeza  y cordialidad que solo las almas generosas lo hacen. 
Mandové mientras realizó la entrevista no dejaba de dibujar, el cuarto donde tenía su taller era tan humilde como su forma de expresarse, pero con una sabiduría increíble. Sin saberlo me encontraba junto a una de las personalidades más importantes y reconocidas de la plástica local y cuyos trabajos plasmados en cada obra relataban rostros de ancianos o niños (algunos de la zona de la placita posadeña o del viejo puerto) o caballos cuyas finas líneas parecían flotar sobre el papel, o simplemente personas en situaciones cotidianas de las que uno se encuentra en la ciudad. No me cansaba de ver los trabajos realizados que en su mayoría sin enmarcar se encontraban esparcidos sobre su mesa de trabajo o hechos rollos y colocados en cualquier parte de su taller.
Al terminar la entrevista, no se si porque notó mi entusiasmo al ver como rebuscaba entre los bocetos para encontrar más maravillas o simplemente por ser parte de su generosidad única, me dijo: “lleva la que más te guste”…. No aceptó una negativa de mi parte y digamos que por dentro yo mismo tampoco quería que lo hiciera. Y así fue como mi compañero de trabajo y yo, salimos del hogar de este genio con obras en nuestras manos y la alegría inmensa del momento vivido. Mi regalo fue un rostro de una anciana de la placita, no se porqué aún no la enmarqué o quizá simplemente la quiera mantener como lo hacía Él…. 

Pombe



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